martes, 25 de noviembre de 2008

Comenzando el relato...

Una luz cegadora rompía con aquel placer que, a veces es para todos, soñar. Era una vez más la luz del Sol que se colaba por los agujeros de la persiana. Era mediodía y el sol lucía con intensidad en aquel primaveral mediodía de abril. El aire del cuarto era enrarecido, el hedor del tabaco de la discoteca impregnado en la ropa se mezclaba con el olor a whisky que emanaba de su cuerpo.

A pesar de ser las dos del mediodía su mente no quería otra cosa sino quedarse en la suspensión que le brindaba el sentir todos los músculos relajados bajo aquellas mantas y el tener reposada su cabeza contra la mullida almohada.

Después de tres desengaños amorosos, Marcos disfrutaba de los alegres placeres que puede brindar la vida de soltero. Se dedicaba a salir con un grupo de veinteañeros ociosos, sin novia, los cuales se batían cada fin de semana en una absurda pero a la vez divertida competición por beber alcohol. Una vez sumergidos en el mundo del etanol, él y el resto de los muchachos, se dedicaban a ligar con todas las chicas que se ponían a tiro en el tugurio, que, una vez ebrios, solían frecuentar. Conocía a chicas, pero no se comprometían a nada, tenía amigos, pero, ¿de verdad lo eran?. En vista de que cada dos o tres meses se tenía que tragar alguna que otra jugarreta del grupo, llegó a la conclusión de que no. Vivía en un mundo artificial, de mentiras, colorismo y música. Un mundo de apariencias. Era como nadar sobre un arrecife de coral, la belleza se encontraba en el fondo, pero sin la botella de oxígeno, no se podía bucea y apreciar esta belleza. Él buscaba esa bombona de oxígeno que lo sumergiese en un arrecife, bajo toda esta superficialidad, en que algo fuese puro, bueno, algo que diese una felicidad verdadera, lejos del placer efímero y superficial de lo material. Finalmente acabó como uno de esos escritores franceses del siglo XIX, sumido en una depresión que le hacía cuestionar todo lo que a su alrededor había, nada para él ya daba la felicidad.

Acabó por dejar de salir, se refugió en los libros, aquellos que su carrera de letras le exigía leer. Pero el monstruo de la ansiedad ante aquel mundo de contenido incierto le hizo cada vez más apático, hasta el punto que convirtió a la cama en su prisión. Pasaba días y noches enteros sin dormir, tan sólo pensando en la vanidad del mundo, en el sentido de su vida. No salía de casa, incluso llegó a darse de baja en la universidad. Pero un día, cansado de la de la cama y como impulsado por un instinto sobrenatural que le exigía la interacción con sus semejantes, decidió visitar un chat de internet. Allí conoció a una usuaria cuyo nick era Luz con la que pasó varias horas chateando, y, sin saber por qué, Marcos comenzó a contarle su angustiosa tortura, aquél vacío que le perseguía como la sombra de un fantasma que venía a llevárselo al más allá. Luz también se abrió y le contó que ella también sentía algo parecido y que eso fue lo que le llevó a ella a reunirse con los espíritus. Aquello desconcertó a Marcos. Luz le habló sobre la ouija, sobre los cultos secretos. Aquello para Marcos suponía algo nuevo...